viernes, 18 de marzo de 2011

UN LLUVIOSO CARNAVAL DE FEBRERO DEL 47, Y LA ÑATA SOBRE EL VIDRIO

(No apto para nostálgicos, si para gente alegre)
No me acuerdo que domingo fue de febrero. Si que desde las primeras horas de la mañana me la pase con la ñata sobre el vidrio de una de las ventanas de mi casa en Avenida Freyre al 3200, casi pegada a lo que seria el bar de Rivadavia Juniors. Tenia ocho años, y por supuesto, pantalones cortos.

Se acercaba el medio día y la vieja avenida de añosa arboleda,  aparecía tapada por el diluvio que caía sin descanso..

Por horas estuve mirando al cielo mas negro que nunca. Los dos brazos apòyados, a punto de pegarle un puñetazo al vidrio ante a la impotencia de ese vendaval de lluvia y viento que apenas dejaba ver las vías del viejo tranvía “3” que lentamente y casi vacío recorría el medio de la avenida.

Mientras mi vieja luchaba con los tallarines del domingo, al mismo tiempo trataba de consolarme y convencerme que contra la lluvia y el tiempo no se podía hacer nada. Sin embargo a mi lo único que me importaba era que ese día, el primero de los tres de Carnaval, el temporal impiadoso amenazaba con destrozar sueños,  ilusiones y preparativos para lo que era la fiesta esperada

La fiesta donde  podíamos estar todos, Chicos, grandes. La familia entera y sin diferencias sociales. .

La única diferencia la marcaba el pomo de plomo con agua florida que no estaba al alcance de todos, pero que de todas maneras era reemplazado por las bombitas, e incluso el balde de agua. ya sobre el epilogo de la noche, cuando se desataba la furia entre chicos y chicas,  y los abuelos comenzaban a cargar sillas y sillones  que horas antes habían instalado a lo largo de todo el corso. El oficial. El que congregaba multitudes imposibles de contabilizar.

Durante la lluvia apenas si por el vidrio podía advertir los ramilletes de luces y guirnaldas que desde semanas atrás ya cubrían el trayecto de calle Junín, entre la Avenida Freyre y San Martín  .Ese año se había decidido no se porque motivo, hacer el corso por una calle angosta, y para colmo a media cuadra de mi casa.

1947. Días de alegría para un país que vivía la felicidad de un  tiempo nuevo y pleno de ilusiones. En mi caso pensando cuando me pondría “los largos”, sabiendo que no era fácil lograr que los viejos se decidieran por sacarte “los cortos”. Era la única forma para terminar con “la cargada” de la barrita de amigos, sobre todo de aquellos que se paseaban con sus flamantes pantalones- . Maravillosa ingenuidad de una época que no retornara pero que vale la pena atesorar con alegria y cariño.
 .
Jamás se me borrara de mis retinas la tristeza de esa mañana lluviosa de carnaval,  que después, en las primeras horas de la tarde desapareció cuando las nubes parecieron compadecerse de mi angustia, y el sol fue lustrando la calle Junín.
 Por allí, a partir de las nueve de la noche comenzarían a sonar los parches de Los Hijos de Palito o la Murga de Patoruzu entre otras,  y la presencia lujosa de “Los Negros Santafesinos”,  una comparsa que hoy podría competir en cualquier corsodromo sin temor a desentonar con nadie. Su orquesta y su ritmo musical detenía la pulsaciones, sobre todo de los mayores.  

Volaban las flores.

Atrás de las murgas comenzaba el desfile de las princesas de distintos barrios y clubes sociales. Paradójicamente se utilizaban las carrozas  por esos años de las empresas fúnebres. En este caso totalmente transformadas y engalanadas como si salieran del cuento de Cenicienta. Volaban las flores desde las manos de las chicas dedicadas en esos primeros días a contabilizar apoyos para la elección de la reina. En el contorno saltaban, bailaban las mascaras sueltas.

Por supuesto,  no faltaba el hombre araña, la figura legendaria de Tarzán o Superman, pero sin dudas el que despertaba mas asombro y finalmente aplausos, era el hombre que solo envuelto a la usanza hindú,  luego de beber  material combustible,  lanzaba llamaradas de fuego por su boca.

Hoy recuerdo ese día, casi como si lo estaría viviendo ahora. Tal vez por este revivals que nos han acercado estos feriados para gozar esos “cuatro días locos de carnaval “,  que nos arrebato la dictadura 

Lo hago no con la nostalgia o la tristeza de lo que no volverá a ser como entonces porque también la gente es distinta. Si en cambio con la ternura y la felicidad que me dieron esos años y ese carnaval, Tal vez por otra parte,  porque hoy comienzo a percibir con la gente en la calle, bailando, cantando, escuchando a sus conjuntos y cantores en los festivales populares, que además de trabajar, luchar, participar, defender la libertad recuperada, también se puede vivir con alegría.

No hay que dejarla de lado. ..

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