domingo, 3 de abril de 2011

El intrincado rompecabezas radical complica la politica bipolar de Binner

Durante el proceso que llevo al Frente Progresista al gobierno en Santa Fe, le permitió al PS jugar políticamente a dos puntas entre la Nación y la Provincia. No fueron pocas las veces que en el Congreso Nacional se separaron las aguas entre el socialismo y los radicales a la hora de plantear definiciones de verdaderas políticas de Estado. Por esos años la alianza en la provincia le posibilito al PS plantear una política bipolar con la que pudo sortear las diferencias que provocaron las elecciones legislativas.  Hoy, ese juego de una alianza provincial y otra nacional con fuerzas políticas que exhiben extremas diferencias ideológicas y fuertes rechazos dirigenciales, lo coloca ante un crucigrama impensado al partido de Binner que no solo deberá resolver esta instancia con su socio mayoritario en Santa Fe,- la UCR,  sino primero superar la interna en su partido ya que una derrota en manos de Giustiniani seria letal para el futuro político del gobernador.

EL INTRINCADO ROMPECABEZAS QUE PLANTEA LA INTERNA RADICAL EN TORNO A LAS POSIBLES ALIANZAS PARA LAS PRESIDENCIALES COMPLICAN SERIAMENTE LA POLITICA BIPOLAR DE BINNER Y EL SOCIALISMO EN LA PROVINCIA

Aun cuando las encuestas plantean hipótesis diferentes tanto para Giustiniani como para Bonfatti, lo cierto es que el aparato del socialismo parece volcar los números para el senador nacional, de allí la presión de Binner para que sus posibles socios en una alianza nacional, llámese Solanas o Stolbirzer inclinen sus votos para el ministro de Gobierno. Le ha dicho Binner que una derrota de Bonfatti supone la imposibilidad de pensar en su nombre para un acuerdo de lo que llama Frente de Centro Izquierda, obligándolo a recluirse nuevamente en la provincia y pensar solamente en el Frente Progresista.

En este contexto, un triunfo del gobernador en las abiertas de mayo, tampoco le asegura resolver las distintas instancias que se plantean en la interna radical en torno a futuros acuerdos, frente o alianzas. Los tres sectores que conviven en la UCR tienen distintas preferencias, y los tres están lejos de Pino Solanas, del propio GEN, y a su vez estos están más lejos aun. A partir de este estado de situación todo parece inmerso en un gran interrogante que por lo menos hasta ahora se comenzará a definir en las elecciones internas



EL PAIS › LOS SECTORES DE RICARDO ALFONSIN, JULIO COBOS Y ERNESTO SANZ PREFIEREN DIFERENTES SOCIOS ELECTORALES

Por Sebastian Abrevaya. Pagina 12

La disputa amenaza con terminar fracturando al partido. Alfonsín prefiere mantenerse cerca del socialismo y el GEN. Sanz y Cobos no descartan buscar un perfil de centroderecha y acordar con el PRO o el peronismo disidente.

Cancelada la interna del 30 de abril por el abandono de Ernesto Sanz y proclamado Ricardo Alfonsín como candidato presidencial, la UCR se encamina ahora a una fuerte disputa en torno de la política de alianzas. El Movimiento de Renovación Nacional, que lidera Alfonsín, aspira a consolidar lo más pronto posible un “frente progresista” con el Partido Socialista y el GEN con el objetivo de ratificar su perfil del centro hacia la izquierda. Por otro lado, dirigentes del entorno del vicepresidente Julio Cobos, como el intendente Mario Meoni, hablan públicamente de buscar otros socios como el peronista disidente Francisco de Narváez o Mauricio Macri. “A lo mejor el radicalismo va con su grupo de centroizquierda y nosotros vamos con esos grupos de centroderecha”, advierte otro hombre del despacho de Cobos. El propio Sanz hizo un guiño en el mismo sentido, para juntar todo lo posible: “Estoy dispuesto a profundizar el diálogo con todos los dirigentes políticos de este país que creen que el cambio es necesario y voy a hacerlo sin condiciones previas y sin prejuicios”, aseguró Sanz.

El debate que hoy desvela a la UCR es la estrategia electoral. Saben que sus chances quedaron magulladas luego de la sorpresiva derrota en Catamarca y que el tercer puesto en Chubut los relegó del protagonismo que necesitaban para erigirse como alternativa nacional. En ese contexto, en el que el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, parece encaminado a pelear por la presidencia y aliarse con un sector del PJ federal, los tres dirigentes radicales imaginan una estrategia diferente, que incluso amenaza con terminar fracturando al partido.

La estrategia del alfonsinismo es mantener su perfil de centroizquierda, contra lo que le dicen algunos consultores al oído de Ricardo. “Hacer un armado de centroderecha es regalarle todo el espacio del centro hacia la izquierda al kirchnerismo, lo que significa que indefectiblemente Cristina gana en primera vuelta”, sentencia uno de los operadores políticos más cercanos a Alfonsín. El Morena, la línea integrada por el senador Gerardo Morales, el chaqueño Angel Rozas, el diputado Ricardo Gil Lavedra, entre otros, considera que deben mantenerse junto al socialista Hermes Binner y la del GEN, Margarita Stolbizer, tratando de sumar a la Coalición Cívica de Elisa Carrió. “Si logramos instalarnos como alternativa al Gobierno, un sector del peronismo disidente que no está dispuesto a votar a Macri pero tampoco a Cristina va a terminar con nosotros”, agrega el cerebro alfonsinista.

El principal problema, dicen, es que necesitan salir lo antes posible a recorrer el país y los países limítrofes con la fórmula Alfonsín-Binner para instalarse desde ahora en el electorado independiente. Pero el gobernador de Santa Fe debe sortear primero la primaria del 22 de mayo en su provincia, en la que su delfín enfrentará al titular del PS, el senador Rubén Giustiniani. Si llegase a perder, Alfonsín tendría que buscar otra figura como compañero.

Los otros dos candidatos, en cambio, se manifestaron a favor de un acercamiento con otros espacios por fuera del eje PS-GEN-CC. Sanz se cuida de no nombrar específicamente al PRO o al peronismo disidente y utiliza una ambigüedad muy distante de la contundencia con la que critica al Gobierno. “Voy a hacer todo lo posible para que el sectarismo del Gobierno no nos contagie a los demás. Que el sectarismo sea sólo cosa de ellos y lo nuestro sea la apertura, las ganas de futuro, la firmeza democrática y la voluntad de llegar a acuerdos lo más amplios posibles”, aseguró ayer, mediante un comunicado.

Esta semana, el vicepresidente volvió a escena con un libro sobre educación y un mensaje que ya le trajo problemas con los sectores orgánicos de su partido: replicar el modelo del Frente Cívico mendocino, que incluyó a un sector del peronismo disidente. Los operadores del vice aseguran que lo va a plantear “cuando llegue el momento” para que sea discutido hacia adentro del partido. “Está todo bien con Ricardo, llegado el caso, si hay una estrategia clara que pinta que puede ganar, podríamos acompañarlo. Pero si no, nosotros vamos a morir en la nuestra, como lo hicimos con la idea de no ir a la interna”, amenazó un hombre que visita a diario el despacho del vice en el Senado.

Más allá de las estrategias de cada dirigente, la libertad que la ley de primarias abiertas le otorga a cualquier a afiliado radical para presentarse como candidato presidencial se acota enormemente a la hora de establecer los frentes con otros partidos políticos. En el caso de la UCR, es la Convención Nacional la que tiene la facultad para aprobar la política de alianzas elaborada por el Comité Nacional y luego llevarla a la Justicia Electoral.

Es decir que cada sector deberá pelear hacia adentro de la Convención para torcer la balanza en favor de una u otra estrategia. En el escenario actual, Alfonsín tiene una mayoría consolidada en ese órgano partidario, principalmente por su reciente alianza con su ex enemigo, Leopoldo Moreau. El camino que desanduvo Cobos respecto de su partido, el ConFe, y la falta de estructura propia por parte de Sanz, hacen complicado prever un escenario en el que terminen conformando una alianza con un partido propio. A fin de cuentas, la pelea interna está planteada

La renuncia de VH Morales y el silencio vergonzoso de la Academia Nacional de Periodismo





El vergonzoso silencio de las vestales de la Academia Nacional de Periodismo frente a la renuncia del periodista de Continental a ese organismo que suma a la mayoría de la corporación mediática. De los doce miembros que integran su conducción, solamente Ricardo Halperin compartio la postura de Morales  

“SI LA TAPA EN BLANCO QUE SACO CLARIN ES EL LADO “BUENO” DEL MUNDO, EL MUNDO ES UN ASCO”  (VICTOR HUGO MORALES)

“Nada más grave ha sucedido que el propio Grupo Clarín”, sostiene Víctor Hugo en una nota que firma en el matutino Tiempo Argentino y en “Un Caño”, en torno a la declamada libertad de expresión por parte de quienes la viven humillando y pisoteando desde las paginas del monopolio y la pantalla de TN, además de los 240 medios satélites que giran prisioneros en su torno. Precisamente el mas claro ejemplo de la impunidad con que actúa y de la complicidad de políticos de la oposición, es justamente la censura previa impuesta por Cablevisión a un programa político en Posadas sin que a nadie se le moviera un pelo en la Academia Nacional de Periodismo  



Sostiene Victor Hugo que si la tapa en blanco de Clarín es el lado “bueno” del mundo, el mundo es un asco. Si los defensores de Clarín, los políticos, los artistas y –lo que es peor– los trabajadores del periodismo que respaldan a Magnetto en su pretensión de victimizarse, están hablando de verdad de libertad de expresión, este periodista no entendió nada de su profesión. Y lo peor es que puede jurar que la ama, por lo cual ha vivido equivocado y duele aceptarlo.

Por eso, quizás, la mirada es exactamente la contraria. Nada más grave ha sucedido desde hace bastante más de diez años, sostiene el firmante, que el propio Grupo Clarín. No hay ideal, postulado, aspiración ética, que no haya sido triturada al paso de este gigante corrupto, que aplasta a su paso todo lo que toca, robándolo, o poniéndolo a su servicio.

En tiempos de dictadura, los comportamientos humanos recorren un amplio espectro de grises que deja en las orillas a los contendientes.  Sólo estos y ni siquiera ellos, porque hasta entre ellos, mientras esquivaban el fuego cruzado, hubo quienes fueron más resistentes a la tortura y no confesaron; y otros sí. Algunos lo hicieron apenas los tocó la picana y otros se murieron aguantando, sólo ellos estuvieron alerta para que el comportamiento fuera extremo.

Hace unos días en Un Caño, Pablo Llonto recordó una frase de este relator que en un gol de presentación en la Argentina, mencionó una canción emblemática de las luchas populares (“A Desalambrar” de Viglietti). Travesuras hubo muchas, de muchos, pero también repliegue, resignación, miedo, y hasta formas inevitables de convivencia con los usurpadores del poder.

La búsqueda de mimetizarse en la sociedad de los militares de entonces es una parte del plan. Para las personas públicas aún más. Son convocados, halagados. Dan un chirlo y un mimo los que detentan el poder. Si te hacés el loco ya sabes a dónde vas a parar, pero mirá que en el fondo somos buenos y te estamos haciendo un gran favor, ya vas a ver.

Pocos, salvo los que estaban en el fragor de la lucha, y sus familiares y más directos amigos, mantenían la guardia en alto y nada concedieron. Vivieron las profundidades del miedo, del odio y de la valentía. El resto, convivió, convivimos, con márgenes de dignidad que hubiésemos querido más enfáticos. Cualquiera que mire sinceramente aquellos años sabe lo que esta nota intenta decir. No hay héroes en la población “civil”, la que no participa de la lucha. En todo caso, sólo alguna excepción.

En ese contexto puede entenderse la debilidad de muchos medios. Las limitaciones para decir la verdad, para cuestionar al poder, para enfrentarlo. Pero algunos fueron mucho más allá de la comprensible debilidad humana. Y fueron cómplices, y lucraron con el apañamiento de esos gobiernos. Robaron papel, máquinas, hijos y construyeron un poder que fue un rebenque furioso a la hora de la libertad. Y a rebencazo limpio, sobre la base de lo conseguido en los tiempos de sangre, se quedaron con el país. No es necesario ni mencionar a Clarín, para que se sepa que de ellos estamos hablando.
Que tengan la desvergüenza de atreverse a esa tapa en blanco para quejarse de la falta de libertad de expresión, quienes cantaron “normalidad” en el país un aciago día del ’76, ofenden la historia. ¿Cuánta libertad si de verás la hubiesen anhelado, tenían ese día, cuando sí llegaron a los kioscos? Sin embargo a ellos, a los de Clarín, se los puede entender. Están defendiendo sus intereses. Pueden hasta ir presos mientras van cayendo a pedazos varios de sus privilegios. Magnetto, Ernestina, sólo aspiran a “irse” antes de que los alcance la justicia.
¿Pero los otros, los clarineros, los clarinetistas, los clarines, qué defienden? A estos cuesta entenderlos mucho más. Clarín usa esa tapa o lo que sea para lograr que cada una de sus estafas a la sociedad, queden bajo la protección de la libertad de expresión.

Muy bien Clarín. Nadie duda de la inteligencia de quienes a la luz del día se roban un país y luego lo custodian con la propia gente a la que estafaron. Pero, ¿cómo entender a los defensores?. Y no se habla aquí tan sólo de los políticos, que al menos transparentan sus ambiciones y ofrecen indicios de cómo piensan concretarlas.

Hay artistas, hay periodistas, hay trabajadores que no pueden ignorar el origen del conflicto y dejar de solidarizarse con esos trabajadores que gritaron con desesperación sin que nadie los escuchase mucho antes de la tapa blanca de Clarín. Carnerear de esta forma quienes están en el mundo del trabajo es una razón más valedera que la consabida mentira de Clarín, para apenarse

LIBERTAD DE EXPRESION Y EL SILENCIO DEL PATRICIADO DE LA ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO FRENTE A LA RENUNCIA DE VICTOR HUGO



Los periodistas de la institución no ofrecieron una respuesta a la altura de la renuncia del relator. Halperín defendió en soledad la posición de Morales, quien dejó el cuerpo luego de un documento en defensa de Clarín.

  Cuando me dieron un sillón me pareció mentira estar integrando lo más granado del periodismo nacional. Pero creo que el tiempo les demostró que somos muy distintos. No me gusta integrar un colectivo que toma decisiones que no firmaría. En consecuencia, hoy, de la manera más respetuosa que pueda, con sinceridad y con dolor también, porque es un honor que reconocí altamente emocionado en su momento, he renunciado a la Academia Nacional de Periodismo.”

Apenas unos minutos de su programa en Radio Continental le alcanzaron a Víctor Hugo Morales para alimentar como pocos la llama de un profundo debate que se viene dando al interior de la profesión respecto del rol que deben jugar en este momento histórico los periodistas.

Morales renunció a la Academia en respuesta al comunicado que la entidad difundió tras la protesta de trabajadores de Artes Gráficas Rioplatense quienes, cansados de buscar respuestas de la patronal a sus reclamos, impidieron la distribución de Clarín el último domingo.

Tiempo Argentino consultó a 14 miembros de la Academia sobre la decisión de Morales. Una inmensa mayoría evitó opinar sobre el asunto. Sólo hubo tres excepciones: Nelson Castro, Jorge Halperín y Jorge Cruz.
El periodista de TN y Radio Mitre, que integra además la Comisión de Libertad de Expresión de la ANP, ratificó su acuerdo con la postura de la Academia: “Lo único que tengo para decir es que lamento mucho la renuncia de Víctor Hugo, con quien comparto una amistad. Uno siempre prefiere que haya voces distintas que enriquezcan el debate, por eso sinceramente lo lamento mucho.”

Halperín, periodista de Radio Nacional y miembro de la Comisión de Publicaciones y Prensa, fue el único que apoyó públicamente el alejamiento de Morales. En diálogo con este diario señaló: “Comparto plenamente las razones de la renuncia de Víctor Hugo Morales. Yo trabajé 20 años en Clarín y doy fe de la posición antigremial que el Grupo siempre ha tenido. Me alegra saber que hay periodistas con coraje y valentía que se animan a tomar esta decisión.”

En contrapartida, Jorge Cruz, quien trabajó en el diario La Nación durante 46 años y es coordinador de la Comisión de Concursos, Seminarios y Premios de la ANP, consideró que “la Academia Nacional de Periodismo no hizo más que refirmar un principio que es su razón de ser: la defensa de la libertad de expresión ante cualquier ataque. La renuncia del señor Morales parecería indicar que él es un periodista que no apoya ese principio fundamental.”
José Ignacio López, vocero de La Nación, autor de la biografía de Héctor Magnetto (El hombre de Clarín) y secretario de la ANP, sostuvo: “Lo único que tengo para decir es que me llegó el mail de Víctor Hugo presentando su renuncia. No hay antecedentes de este tipo, pero ya la giré a la mesa directiva para que la evalúe. Y no tengo más nada para decir. No quiero hablar. ¿Está clarito?”
En el mismo sentido, Hugo Gambini, colaborador en el diario de Mitre y protesorero de la Academia, expresó: “Es problema de él. Yo en eso no me meto. Cada uno es dueño de hacer lo que quiera.” Desde el diario Clarín también evitaron hacer comentarios al respecto. Daniel Santoro, integrante de la Comisión de Publicaciones y Prensa de la ANP, aseguró: “La verdad, presento mi libro dentro de una hora y estoy con la cabeza en otra cosa. Es un tema muy vidrioso, tendría que ponerme a pensar, porque es una cuestión muy polémica. Preferiría hacerlo en otro momento.” Ricardo Kirschbaum, editor general del matutino y miembro de la Comisión de Admisión, directamente no atendió los llamados de este Tiempo.
El resto de los consultados fueron tajantes. Magdalena Ruiz Guiñazú, de la Comisión de Ética, manifestó que no tenía “nada para opinar”. Nora Bar, de Publicaciones y Prensa; Enrique Mayochi, de Biblioteca, Hemeroteca y Archivo; Ernesto Schoo, del sector de Admisión; y Hermenegildo Sábat, vicepresidente primero de la entidad, siguieron el mismo camino.
Quien sí tiene un punto de vista sobre el tema es Halperín: “No comparto en lo más mínimo la declaración de la Academia. Hace años que estoy alejado de la entidad por razones ideológicas y ni siquiera voy a las reuniones. No están actuando como un foro de periodistas, sino de empresarios. Que lo diga ADEPA, que representa los intereses de las empresas, es más coherente, pero que instituciones como FOPEA y la Academia tengan esta postura, es inentendible

Anticipos de fragmentos de libro de Feinmann sobre dialogos con Kirchner


Estará en las librerías esta primera semana de abril y seguramente se venderá como pan caliente porque esta relación que se inicio en el 2003 y se extendió hasta el 2006, permiten conocer a un Néstor Kichner en toda la dimension de gigante político. En este caso es el diario Pagina 12, el que reproduce párrafos de las reuniones que tuvieron como escenario los ámbitos de Olivos y la Casa Rosada. Ver nota anterior con otros fragmentos

HICIMOS LA PUNTA EN “PENSAMIENTOS” CON FRAGMENTOS DEL LIBRO “EL FLACO”, DE JOSE PABLO FEINMANN.  HOY ANTE EL INTERES DEMOSTRADO POR ESE TRAMO DE “DIALOGOS IRREVERENTES” ENTRE EL ESCRITOR Y FILOSOFO, Y EL EX PRESIDENTE, REPRODUCIMOS OTRO ADELANTO DE LA OBRA



Otra vez la voz del vocero presidencial en el teléfono:

–El Presi quiere verte. Tarde, como a vos te gusta. A las 8 de la noche. ¿Está bien?

Tomo un taxi.

–A la Casa Rosada.

–¿No va a cualquier lado usted, eh?

–Soy contador. Sumo y resto. Lo mío son los números, no la política.

Ese día iba mejor vestido. Llevaba corbata y un traje oscuro.

–Ajá, los números y no la política. ¿Le creo?

–Oiga, ¿cómo no me va a creer?

–No sé, usted tiene voz de político. De dar discursos.

–No di un discurso en mi vida. Una vez, en un reencuentro con compañeros del secundario. Estábamos todos en pedo.

–¿Qué le parece este Presidente?

–Hasta ahora no mató a nadie. Mírelo a De la Rúa. Con esa cara de Luis XXXII y se fue dejando más de treinta cadáveres.

–¿Luis XXXII?

–Dos veces más boludo que Luis XVI.

–Qué bueno. ¿Y cree que..?

–Dígame, ¿a ustedes les pagan por hablar con los pasajeros?

Llego a la Rosada. Ahora estoy en la sala de espera. Me avisan que el Presidente me va a recibir en seguida. Aparece Omar Bravo. Lo conozco de los tiempos de la revista Medios y Comunicación, que salía por 1981 y tenía bastantes huevos. La dirigía Raúl Barreiros, colaborábamos Sasturain y yo y algunos otros.

(...)

–¿A qué viniste? ¿A ver al Flaco?

Así lo nombró Omar: El Flaco. Le dije que sí. Después, no lo vi más. Hubo algo que no cerró y se fue, supongo. Pero desde el 2004 es profesor de Política Internacional en TEA. Y le va muy bien. Lo sé porque me mandó un mail: “Sé que estás escribiendo un libro sobre el Flaco: acordate que el que te recibió en la puerta fui yo. Y cuando el Flaco andaba a los gritos pidiendo tu número de teléfono también se lo di yo, que lo tenía desde los tiempos de Medios y Comunicación”. Lo notable es que yo lo había puesto antes de que llegara su mail.

Pasé a la sala de gabinete. Primero hay que atravesar el universo de las secretarias. Saludan, sonríen. Se las ve radiantes.

Entro en la sala de gabinete. Kirchner está lejos. Mira por una ventana. La Plaza de Mayo, seguro. Sin saludarme, gira y dice:

–¿Ves estas coberturas doradas? ¿Son una mierda, no? Las puso Lanusse. Si las sacás, se ve la Plaza. Pero la Plaza te ve a vos. La seguridad aconseja dejarlas. Cubrir esas ventanas, así la Plaza no te ve a vos y vos no ves a la Plaza. Pero yo, a la Plaza, quiero verla. Quiero estar cerca de la gente. Total, ¿qué va a pasar? Es muy pronto para que me peguen un tiro. Vení, sentate. El se sienta en la cabecera. Me indica el asiento de la derecha. Los asientos son de cuero gris. O lo eran ese día. (...)

Néstor siguió hablando. Ninguna formalidad había tenido lugar. Entré y él ya estaba hablando. No hubo saludos de ninguna clase. Qué tal. Cómo andás. Cómo te va, Presidente. Leí una nota tuya este domingo. ¿Vas a ir con Filmus a Santa Fe? ¿Cómo está Cristina? Nada. Ahora estábamos en la mesa de gabinete. Y él seguía hablando. Era como un monólogo interno. Había empezado antes de que yo llegara y ahora continuaba. Pero en voz alta y dirigido a mí. Esa continuidad era lo esencial. Porque esa continuidad decía quién era Néstor Kirchner: alguien que no se detenía. No paraba. Pronto vamos a estar en la Quinta Presidencial, van a ser las 4.30 de la mañana, él va a tener que volar a las 6.15 para Córdoba y sigue hablando. Somos pocos. Alguien –Alberto Fernández– le dirá: “Néstor, tenés que salir para Córdoba en menos de dos horas”. El estaba metido en un rompecabezas político, lo venía delineando desde hacía diez minutos. Con algún fastidio por la interrupción, dirá: “No importa. A mí me gusta esto”. Hará un gesto con las manos, abarcándonos. Significaba: “Esto”. Y esto era la política. Su obsesión, lo que le impedía detenerse. Vamos, vamos por todo.

Esa frase lo define mejor que ninguna otra. Sería erróneo enfocarla desde la mira de la ambición. ¡Claro que era ambicioso! Un político tiene que ser ambicioso. La política es el juego del poder. De desear, de amar el poder, de ambicionarlo. Un político que no ame el poder es un perdedor antes de largarse a los conflictos, a los antagonismos y a los consensos. Pero el vamos por todo de Néstor era más que eso. Era su fuerza interior, una certeza profunda acerca de la realidad y sus resistencias: todas podían ser vencidas, derrotadas. No hay caída de la que uno no se levante. De toda derrota se sale. Estaba animado por la pasión de la voluntad. La voluntad era un ariete contra el muro de lo imposible. No creía, como Perón, que la única verdad es la realidad. (Aunque, si le venía bien, podía decirla. De hecho me la dirá en la carta que habrá de enviarme en junio de 2006, al analizar nuestras diferencias ¿irresolubles?) Creía que toda realidad puede ser creada, si la creamos nosotros como fruto de nuestro triunfo. Y que toda realidad, si es adversa, puede ser vencida, porque nuestra pasión, nuestra voluntad de vencerla es más fuerte que ella. Al fin y al cabo, ¿qué es la realidad? Algo ya constituido, ya hecho, un bloque en sí, que remite a sí, cuya fuerza es no cambiar, es ser lo que es para siempre, la realidad es un cascote en el camino invencible de la voluntad. (...)

Sigue Néstor:

–Yo no voy a andar con medias tintas. Ojo: soy un gradualista. Pero el país está por el piso y cuando uno encuentra un país así no se puede dar el lujo de ser gradualista.

–Hay mucha pobreza, Néstor. Hay hambre. En algunas escuelitas de provincia los pibes se desmayan en el aula. ¿De qué? De hambre. Ese pibe está condenado. Entre tanto, un pendejo del Liceo Francés, rico, bien alimentado, desarrolla sus neuronas. Ese es un triunfador. El otro, no. El otro está condenado. Tiene una existencia...

–Una existencia-destino.

–Gracias por leerme.

–Hace rato que te leo. Mis hijos también. Contame bien eso de la existencia-destino.

–Sartre se equivocó cuando dijo que la existencia precede a la esencia. Desde nuestro pensamiento situado se equivocó. Hablaba desde un país del Primer Mundo. Deteriorado por la guerra, pero sin hambre. Aquí, la esencia precede a la existencia. Porque la esencia de un pibe de una escuela rural no es la misma que la de un pibe de un colegio privado. La esencia es lo que cada uno trae al mundo. Al nacer ya tengo un pasado. Tengo padres, tengo una casa (si la tengo), tengo un lugar al que llegué, puede ser Jujuy, Yahvi o la calle Arroyo, tengo comida, mucha, poca o ni una mierda. Eso me condiciona. Condiciona mi vida. Construye mi destino. Si no me alimento bien de pibe, si no recibo amor de mis padres, no voy a saber dar amor, no voy a saber querer. En la escuela rural la maestra es una piba llena de generosidad que hace lo mejor que puede. Pero en una privada de San Isidro una maestra tiene una formación privilegiada que es la que trasmite a los pibes que van a ser la derecha de mañana. Casi siempre es así. A veces, no. Rebeldes nunca faltan. Pibes que rompen con su clase social. O sea, prioridad número uno: cero hambre.

–Eso lo anda diciendo Lula. Pero “hambre cero” implica el tema del poder. Decime, ¿qué pensás del poder? ¿Quién lo tiene? ¿Nosotros?

–No.

–De acuerdo: nosotros tenemos que pelearle el poder al poder. Sacárselo en la medida en que podamos. Pero no va a ser fácil. Ahora la derecha está tranquila. Se asustó con el “Que se vayan todos” y los despelotes del 2001 y el 2002. Pero no saben retroceder. Ya me dieron un pliego de condiciones.

–¡Qué hijos de puta! ¿Te dieron un pliego de condiciones?

–Sí.

(No me dijo quién. Fue José Claudio Escribano, el de La Nación. Ese tipo, durante la dictadura, era un ideólogo de primer nivel. Bajaba línea desde su “democrático” diario, que apoyó todos los golpes de Estado.) (...)

–¿Conocés la respuesta que le dio Perón a Braden cuando le llevó su pliego de condiciones?

Larga una carcajada.

–Sí, pero yo al hijo de puta que me trajo el pliego de condiciones no le podía haber dicho: “No quiero ser bien mirado en su país al precio de ser un hijo de puta en el mío”. Porque los dos tenemos el mismo país. El quiere una cosa. Yo quiero otra.

–Esa es la historia de la humanidad: unos quieren una cosa, otros quieren otra. No tiene arreglo. (...)

–Pero, ¿tan fuertes se creen como para traerte un pliego de condiciones? ¿O te creen tan débil?

–Lo segundo. No olvidés algo: soy el Presidente que asumió con sólo el 22 por ciento de los votos. Nadie, nunca, en la puta vida, asumió con menos votos la presidencia del país. ¿Cómo querés que no me vean débil?

–Entonces, la cuestión es: cómo hacer para que te vean fuerte. O mejor: cómo hacer para que sepan que sos fuerte, que no les tenés miedo y que el 22 por ciento te lo pasás por el culo. (...) La pregunta es la de siempre: ¿cómo se crea poder?, ¿cómo se construye poder? Yo siempre dije una frase. La dije desde pendejo. Cuando se hablaba de “tomar el poder”. Todo el tiempo todo el mundo hablaba de tomar el poder. Y yo decía: el poder no se toma, se crea. Quería decir: para tomar el poder hay que tener un poder superior al del poder. Ese poder, ¿de dónde sale? El poder para tomar el poder, ¿cómo se construye?

–Eso era en los setenta. Se creía que tomar el poder era asaltar la Casa Rosada. Como lo hicimos el 25 de mayo del ’73. Con Cámpora en los balcones y nosotros dominando la plaza. Pero hoy, ¿dónde está el poder? No creo que hoy –hoy, eh– construir poder sea algo posible de reducir al ámbito nacional. Y con esto vamos a la cuestión de América latina. Acá ya nadie se libera solo.

–No hay liberación nacional.

–Eso está muerto. O la cosa es continental o no va.

(...)

–¿Se le puede creer a un tipo que llegó a presidente de la República?

–Otra vez: ésos son prejuicios de intelectuales. –Se levanta y vuelve a caminar por la sala. Se pone las manos en los bolsillos. Le gusta hablar como si mirara alguna lejanía–. Sin embargo, es cierto: no es fácil creerle a un Presidente. Más aquí. Más en este país. Tantas veces nos metieron el dedo en el culo...

–Escribí una nota con ese título: El dedo en el culo.

–Cómo era.

–¿Te acordás cuando De la Rúa, casi al final, ya boqueando, lo llama a Menem a la quinta de Olivos?

–Sí, hasta me acuerdo de la foto. Daba asco verlos a los dos juntos.

–Precisamente. De la Rúa ya era un dedo en el culo. Ahora lo llamaba a Menem. Otro dedo en el culo. ¿Para qué lo llamó? Porque quería una segunda opinión. Está basado en un chiste muy bueno. Un famoso urólogo en lugar de un dedo te metía dos. Quería una segunda opinión.

Ni bola le dio al chiste. Me sentí medio pelotudo. Siguió dando algunos giros por la sala. Las manos, las dos manos en los bolsillos del pantalón. Estaba en mangas de camisa. El saco andaba por ahí, tirado en algún sillón, la corbata también. Dice:

–Pero es cierto. Un Presidente ya no tiene credibilidad. Me la tengo que ganar. Hago cada cosa. No te imaginás. A la mañana hablo por teléfono a cualquiera. A cualquiera, eh. Agarro, marco un número y espero. Alguien atiende y le digo: “Buenos días, disculpe que lo moleste. Quería hablar con usted”. “¿Quién habla?” “El Presidente.” “¿Quién?” “El Presidente, Néstor Kirchner. Quiero preguntarle si está de acuerdo con lo que estoy haciendo.” Algunos me reconocen la voz. Esos, aunque no lo pueden creer, me creen. “Qué honor, señor Presidente”, me dicen. Yo les digo que el honor es mío. Y que me diga qué le parece lo que estoy haciendo y qué haría él en mi lugar. Es genial, genial. De lo que estoy haciendo hablan poco. Ahora, de lo que harían en mi lugar... ¡mamita! Tengo que cortarles. O les digo que me disculpen. Que los vuelvo a llamar mañana.

No sé cómo, pero –lo recuerdo bien– ahora estaba Miguel Núñez. Que se reía y tenía un montón de papeles que sostenía como un tesoro o como la prueba irrefutable de algo. Sí, era esto: la prueba irrefutable de algo. Dice:

–Néstor, contale lo que te pasa con los que no te creen. (...)

–Uy, sí. Algunos no me creen. Los llamo a la mañana, ¿no? Como a todos. “Hola, qué tal. Cómo anda.” “¿Quién habla?”, dice el tipo. “Néstor Kirchner, el Presidente. Quería saber...” “¿Quién?” “Néstor Kirchner.” Y el tipo se encula y me grita: “¡Andá a cagar, Carlitos! ¿A vos te parece andar jodiendo a esta hora? Ni el mate me preparé, boludo”.

(...)

Se pone a mirar algo. Uno no sabe qué. Por ahí, nada. No mira nada. Se mira adentro. Busca. De pronto, el ejercicio se acaba y te mira de golpe:

–¿Cuántos poderes hay en la Argentina? –pregunta.

–En cualquier lugar del mundo hay muchos poderes.

–No, no, esas boludeces ya las conozco. La multiplicidad de poderes. Todo se multiplicó en los últimos años. Sin embargo, la globalización es una. Que no jodan. Es una. Son ellos los que nos globalizan. Nosotros, de boludos, nos dejamos globalizar.

–Hay dos poderes en la Argentina. Los dos que Menem armonizó: el establishment y el peronismo. Menem sometió el peronismo al establishment.

–Entones no los armonizó.

–Fue una armonía, pero desigual. Menem convenció al peronismo de que el gran negocio, en los noventa, con la URSS hecha pelota, era seguir al establishment, al neoliberalismo. Nadie dijo que no. Total, todo se había ido a la mierda. Era la hora de ser socios de los triunfadores, de ser parte de la gran cosecha, de afanarse el país con ellos. Esos dos poderes siguen siendo los de hoy.

–¿Y vos proponés que yo me abra de los dos?

–No, que crees uno nuevo.

–¿Y mientras tanto en qué me apoyo?

–Ni el peronismo ni el establishment te pueden atacar por lo menos durante un año y medio. Si abrís un nuevo espacio, muchos te van a seguir. De todos lados. Peronistas que están hartos del aparato, gente de la izquierda, de los derechos humanos, empresarios podridos de los carcamanes del peronismo, hasta Estados Unidos. En serio, puede interesarles una fuerza nueva, democrática, lúcida, limpia, más que la mafia del aparato duhaldista.

–A mí me interesa eso. Y lo voy a intentar. Sobre la marcha se verá cómo viene la mano. Para hacerlo voy a tener que hablar con todos. La política es eso, eh. La política es no hacerle asco a nada. (...)

–¿Eso y no otra cosa? –pregunto.

–Eso y no otra cosa –insiste Néstor–. No hacerle asco a nada.

–Es lo que dice Perón en Conducción política: “A algunos les quiero dar una patada y les doy un abrazo”.

–Eso se lo debe haber dicho Maquiavelo al príncipe.

–Puede ser. Pero seguro no le dijo: “Cuando se negocia hay que ceder el 50 por ciento. Pero quedarse con el 50 por ciento más importante”. En fin, mirá de lo que le sirvió con la Jotapé. Negoció cagándolos a tiros.

Otra vez se queda en silencio. Pero poco. Hace en seguida una de sus transiciones bruscas. Néstor Kirchner es capaz de tomar decisiones impulsado por una fuerza interior que casi no le cabe en el cuerpo. Son tan veloces que uno no sabe si las pensó, si las había pensado o si no las pensó ni por joda, se largó a la pileta nomás. Es algo tan suyo, tan personal como cuando alguien le dice una idea, él no tiene ganas de darle pelota y, moviendo la mano de un lado a otro, con los tres dedos unidos y en punta como si fueran una lapicera, le dice:

–Anotalo. En serio, anotalo. Después me lo das.

Eso y “metetelo en el culo” es lo mismo.

–¿Vos conocés la pobreza? ¿Le viste la cara a la pobreza?

–No mucho en los últimos tiempos. Les vi la cara a los obreros cuando tenía una fábrica con mi hermano. Entre 1965 y 1982. Vino Martínez de Hoz, mi hermano se puso un negocio de Puerto Libre, hizo guita a patadas y yo tuve que negociar la quiebra. Me quedé en pelotas.

–La cara de los obreros no es la cara de la pobreza. Los obreros de la época que mencionás tenían laburo, salario, casa, familia, dignidad. La pobreza es indigna. Menem humilló a los obreros. Los transformó en mendigos. Pero, ¿recorriste el conurbano?

–Lo siento, no. Casi no salgo de mi casa. Escribo como un poseído.

–Le ves la cara a la pobreza y no te olvidás más. ¿Vos peleás por los pobres?

–Peleo para que todo sea menos brutal. No creo que pueda cambiar este sistema de mierda. Además, no tengo ninguna receta. No sé por qué lo cambiaría. Aumentaría la participación de los marginados en la renta nacional. Haría un plan de viviendas. Crearía industrias para que tengan trabajo. Pero ya no creo en el socialismo de Marx ni de Lenin. Hay que hacer otra cosa.

–¿Cuál?

–No sé. O sólo algo sé, apenas algo: nada de dictadura del proletariado.

–Insisto: vos peleás por los pobres. ¿Cuando decís que peleás para que todo sea menos brutal pensás en ellos?

–Sí.

–¿Y cómo no les vas a ver la cara?

–Se la veo en Buenos Aires, Néstor. Los veo revolviendo los tachos de basura. Estoy comiendo en Lalo y desde la ventana veo a los pibes revolviendo la basura. Después, como con una culpa que me perfora el estómago.

–Es el precio que pagás para tener la conciencia tranquila.

–La tengo tranquila. No puedo hacer más de lo que hago. No puedo pirarme como Simone Weil. No puedo ir a laburar a la Renault. Que, además, se rajó de aquí.

–Podés venir conmigo a Tucumán.

Otra faceta de Néstor. Los viajes sorpresivos: “Te venís conmigo”. Sigue:

–Estuve ahí. Fui en tren. Para ver bien todo. Para no dejar de ver la miseria. Cuando el pobrerío se agolpaba junto al tren me tiré sobre ellos. Quería tocarlos, que me tocaran. Tenía un ramo de flores. Ellos sabían para qué había ido. Había una gran fosa. Los milicos habían enterrado ahí doscientos cadáveres. ¿Pocos, no? Total, estamos acostumbrados a cifras peores. ¿No son una mierda las cifras? Te dicen doscientos, quinientos, diez mil, treinta mil y no ves ni una cara. Te muestran la foto de un pibe, de una piba y te querés morir. Te ponés a llorar. “Hijos de puta”, decís. “¿Cómo pudieron matar a esta piba, a este pibe?”. Me llevaron hasta la fosa y ahí tiré el ramo de flores. Después volví al tren y me fui. Oíme bien, la próxima vez que vaya a Tucumán te venís conmigo. Te agarro de un brazo y nos tiramos juntos sobre la gente. Ahí le vas a conocer la cara a la pobreza.

No supe qué contestarle.

Entonces apareció Cristina. Venía contenta, cargaba con un libro de dimensiones temibles. Camina pisando fuerte, siempre decidida, siempre sabe a dónde va. Todo piso que pretenda tolerar esa pisadas deberá ser fuerte. Si no, se agrieta. Si se agrieta, ella no se hunde. Da un pequeño salto y sigue por otro carril. Hasta donde yo sé –no es mucho lo que sé, pero creo conocerla–, Cristina se fija una meta y la meta no se le escapa. Apunta hacia y hacia ahí va. (...) Ahora pone el enorme libro sobre la mesa de gabinete. Es un libro sobre los glaciares.

–Hola, José Pablo. –Y sin pausa alguna– Miren esto. ¿No es hermoso?

Néstor lo mira minuciosamente. (¡Cuánto hace que no meto este adverbio! Claro: apesta a prosa borgeana.) Del modo que sea, el adverbio ya está. Sigamos con él. Si Néstor mira minuciosamente, ¿con qué ojo lo hace? Se supone que con el que no se le piantó para un costado. ¿Cuál es? No es fácil la cosa.

Cuando hablo con él no sé bien dónde mirarlo. Porque uno no demora en descubrir el ojo correcto. Sin embargo, ¿hay que mirarlo siempre ahí? ¿No es remarcar su carencia (esa desviación es una carencia: la carencia de un ojo bien centrado) mirarle solamente el ojo sano? No hacerlo, me pone mal. ¿Por qué no mirarle los dos ojos? Tiene dos ojos. Uno, desviado. Pero no es menos suyo que el otro. Y los dos deben haber tenido la misma importancia en su vida. Y hasta acaso más la tuvo el desviado. Porque era el problema a superar. ¿Cómo superar que uno tiene un ojo para otro lado? ¿Qué cargadas habrá tenido que aguantar de pibe? ¿Cuántas veces se habrá tenido que agarrar a las piñas? Los pibes son muy crueles con esas cosas. (“¡Virola! ¡Bizcacho! ¡Se te piantó un ojo, boludo!”) ¿Acaso en esa frase admirativa de sus compañeros cuando conquistó el corazón de Cristina, la envidia no estaba aumentada por la cuestión del ojo?

–¿Vieron la mina que se levantó Lupín?

Podría significar:

–¿No es increíble que el virola éste, con ese ojo que se le fue a la mierda, se haya levantado esa mina?

Cuando me mira de frente trato de mirarle los dos ojos. Darles la misma jerarquía. Y, cuando no puedo, le miro el entrecejo. De esto debe estar más que apiolado porque lo deben hacer muchos. Es la más fácil. “Le miro el entrecejo y zafo.” Porque hay otro problema: no es tan fácil descubrir en todo momento cuál es el ojo al que hay que mirar. A veces se le mezclan a uno. Y se encuentra mirando el que no quería, el que se había vedado. La clave –creo– es no vedarse ninguno. Mirarlo a los ojos como suele decirse. Si uno lo mira así (a los ojos) lo mira indiferentemente a uno y a otro. Se libera del problema del ojo privilegiado. Total, a él ya le debe importar poco a dónde lo miran. Creo que delegó el problema en el otro. Con el tiempo encontrará una solución fantástica. Los grandes actores norteamericanos, los rudos, los que hacen películas de cowboys o de guerra y tienen que andar mucho bajo el sol, siempre entrecierran los ojos. Clint Eastwood tiene los ojos como dos rayitas. (...) El ceño siempre fruncido, siempre malhumorado, y la boca la ladeaba hacia la izquierda o hacia la derecha. Cuando lo hacía mostraba los dientes y cerraba ese ojo, el otro lo dejaba totalmente abierto. La excusa era el sol. Alguien (¡qué lástima que no fui yo!) le dio a Néstor estos datos. O él lo descubrió solo al asunto ese de cómo cerrar un ojo y quedar como un cowboy bravío. La cuestión es que empezó a hacerlo y le quedó bárbaro. Clint Kirchner reemplazó al pibe del ojo virado de la primaria, de la secundaria, de la facultad, de la militancia. Se acabó: ahora era el Marshall de la República, era Clint Kirchner y tenía, como siempre, a la chica más linda del pueblo.

La chica más linda del pueblo dice:

–¿No es hermoso?

–Son los glaciares –dice Néstor.

–Sí, ya sé, bobo. Pero el libro me lo regaló Joseph Stiglitz. Hace dos horas que estoy hablando con él y tiene un montón de ideas para ayudarnos.

Joseph Stiglitz es Premio Nobel de Economía. Suerte que Cristina no agregó: “Vos, en cambio, hace dos horas que estás con este nabo con el que no vas a ir a ningún lado”. Pero yo lo pensé. “Cristina debiera decirle eso.” Jamás lo habría hecho. Sin embargo, si así me pareció, tal vez fue porque algo de eso flotó en el ambiente. ¿O era yo el que lo sentí, era yo el que se sentía un intruso en la Casa de Gobierno, el que no tenía un Premio Nobel ni Saramago le había dicho cómo ganarlo? Stiglitz siempre fue importante para el gobierno de Néstor y Cristina y sigue ahora cerca de ella. Desde luego, está contra la libertad de mercado, a favor del intervencionismo estatal y el Mercosur. Para el establishment y sus periodistas, una pesadilla. Un enemigo mortal.

Cristina dice:

–Hasta luego –y desaparece tras la puerta.

–¿No querés ir con Stiglitz? –le pregunto a Néstor–. Debe tener cosas más importantes que yo para decirte.

Néstor sonríe sonoramente.

–No te creo que digas eso en serio. Para vos, un economista, aunque sea Stiglitz, es un tipo que sabe sumar y restar, pero de política nada.

–Conocés la frase: la política es algo muy importante para dejársela a los economistas.

–¡Claro! Miralo a Menem. Les dejó el país a los economistas. Lo hicieron mierda. Pero hay otra cosa.

–¿Otra cosa?

–Otra cosa por la que no te creo que digas en serio que me vaya con Stiglitz y te deje. Entre Stiglitz y vos, te parece mucho más importante que esté con vos.

–Bueno, con Stiglitz está Cristina. Es posible que ya sea suficiente.

–Tampoco es por eso. Mirá, José Pablo, vos tenés muchas buenas cualidades. Pero creo –creo, eh– que la modestia no figura entre ellas.

–¿La modestia es una buena cualidad? ¿No es una cualidad medio pelotuda? ¿De qué te sirve la modestia? (...) ¿Vos sos modesto? Si me decís que sí tampoco te creo.

–No sé si soy o no modesto. Pero soy bravo, peleador. Voy a tratar de armar un gran quilombo antes de que me saquen de aquí. ¿Y sabés cómo me sacan de aquí?

Se inclinó hacia mí y me miró fijo. No supe con cuál de los dos ojos, pero sin duda con el mejor. Y con una certeza que sostenía existencialmente todo su edificio político, dijo:

–De aquí me sacan con los pies para adelante. Solamente así.

Me encargó una misión que ya comentaré. Pero nuestra conversación en la sala de gabinete había terminado. Terminó con esa confesión de hierro. Esa confesión que implicaba la aceptación del riesgo de la vida y la decisión de entregarla si era necesario. Creo que también agregó:

–Yo, de aquí, no me voy en helicóptero.

Ese encuentro –el primero– había durado una hora y 45 minutos.