lunes, 27 de junio de 2011

EL DIA EN QUE NO SE HABLO DE OTRA COSA

PARA EL HINCHA, PERO NO SOLO DE RIVER…


ENTRE TANTAS ELEGI LA REFLEXION DE DOS HINCHAS. QUE LLEVAN LA CAMISETA DE RIVER, PERO QUE TIENEN POR DESTINATARIO A ESE PERSONAJE QUE SE ALIMENTA DE LA PASION QUE SOLO EL FUTBOL EN LOS ARGENTINOS PUEDE PRODUCIR. DISCEPOLIN LO REFLEJO COMO SOLO UN POETA POPULAR LO PODIA HACER EN ESA PELICULA QUE SE LLAMO “EL HINCHA” Y EN LA CUAL, A MAS DE 50 AÑOS, LA FIGURA DE ESE FUTBOLERO APARECE EN TODA SU DIMENSION.
ES UNICA EN EL MUNDO PORQUE ASI SE VIVE EL FUTBOL EN NUESTRO PAIS. EL QUE NO LO CONOCE O NO LO HA JUGADO JAMAS PODRA ENTENDER PORQUE ALQUIEN PUEDE LLORAR O SUFRIR TANTO AL SALIR DE UNA CANCHA.
Y COMO ESTOS HINCHAS SON INFINITAMENTE MAYORITARIOS A LOS MINORITARIOS VIOLENTOS, ME QUIERO OLVIDAR DE ELLOS. QUE SE OCUPE LA POLICIA. HOY VALE HOMENAJEAR A LOS MILLONES DE HINCHAS QUE AYER LLORARON Y SE ENTRISTECIERON POR RIVER .



QUERIDO VIEJO

Por Hugo Soriani- Pagina 12

Querido hijo:

Esta carta está consagrada a los festejos de River por la obtención del campeonato, así que empiezo a contarte.

El domingo jugaron River y San Lorenzo, un partido en el que desde un comienzo dominó River y ya en el segundo tiempo arrinconó a San Lorenzo en su arco, pero pasaban los minutos sin que llegara el gol que tanto necesitábamos, pero a los veinticuatro minutos Alonso recibe un corner y de cabeza hace el gol. El estadio tembló como nunca, River siguió apretando y luego llegó el segundo y enseguida terminó el match, ante la enorme alegría y emoción de la gente, pues ya se saboreaba el campeonato.

El miércoles se jugó el partido con Argentinos Juniors con la cuarta división, por la huelga de jugadores, y con el triunfo de River la gente directamente enloqueció y fueron en manifestación hasta el Monumental, donde todos dieron rienda suelta a su alegría. Hubo manifestaciones hasta altas horas de la noche en todos los barrios, hasta en el Barrio Norte. Los autos hacían sonar las bocinas como un medio de identificación con la alegría que vive todo el pueblo.

Hoy sábado fui dos veces al estadio y por fin pude sacar una platea para el partido con Racing.

Retomo la escritura hoy lunes. Cuando iba al estadio la Avenida del Libertador presentaba un aspecto único: autos embanderados, familias enteras, desde la abuela hasta los nietos, todos con emblemas blancos y rojos: eran los padres que llevaban a sus hijos a ver un espectáculo único como era la coronación luego de 18 años.

Una vez en el estadio el espectáculo era indescriptible, único, como ni yo ni nadie habíamos visto antes, hasta los trenes se asociaban al júbilo tocando su silbato al pasar. Un gran globo de gas despegó del estadio y voló por la ciudad, y al salir los jugadores ya fue la locura, rodeados de miles de hinchas, la “gorda Matosas” adelante y eufórica. El partido fue lo de menos y se suspendió en el segundo tiempo, pero ya River ganaba dos a cero y estaba todo dicho.

Después siguieron las manifestaciones interminables, no sólo acá, sino en todas la ciudades del interior.

Y cuando ya volvía caminando desde el estadio hasta las Barrancas de Belgrano, no pude menos que acordarme de cuando eras chico y los dos hacíamos el mismo camino, que a veces me decías que te daba una puntada en el estómago y teníamos que parar un rato a descansar.

¡Cuánto te extrañé ayer, en cuántas cosas he pensado y cuánto he recordado!

Eran tiempos más felices que volvían a mi memoria, alegrías y emociones del ayer que ya está lejano.

Y termino este relato deseándote que estés cada día mejor y enviándote un fuerte abrazo.”

Esta es la carta que mi padre me escribió a la cárcel en agosto del ’75, cuando River rompió con la racha de 18 años sin ganar campeonatos.

Yo estaba preso desde hacía un año. Aislado en la cárcel de Magdalena y sin posibilidad de leer otra cosa que no fuera la correspondencia de mis familiares directos que, por supuesto, llegaba a nuestras manos con el sobre abierto por los censores.

La carta me llegó con quince días de atraso, y la noticia del campeonato la recibí primero de la boca de un guardián, gallina como yo, que violando todas las consignas compartió el júbilo conmigo aun a riesgo de ser sancionado. Hasta ese punto llegan las complicidades que genera el fútbol.

Recién ahora que soy padre, casi cuarenta años después, puedo comprender la soledad de mi viejo en el festejo.

Cuando nos separó la política y cada almuerzo familiar se convertía en una disputa, el fútbol nos seguía uniendo y volvíamos a él como el salvavidas capaz de mantener a flote nuestra relación, quebrada por las diferencias insalvables entre sus ideas y las mías. Entre su pensamiento rígido, forjado en su carrera militar, y el mío que empezaba a formarse en la militancia de izquierda.

Durante mis largos años en prisión, mi padre no faltó a una sola visita. Separados por el vidrio del locutorio, seguíamos peleando cada vez que discutíamos de política, hasta que ambos, dolidos, nos refugiábamos en River como punto de encuentro y coincidencia.

La despedida era sin abrazo, el vidrio que nos separaba lo hacía imposible, pero el adiós con la mano iba acompañado de la única consigna que podíamos compartir: ¡Viva River, carajo!, gritábamos los dos cuando sonaba el silbato que anunciaba el fin de la visita.

Así fue en Magdalena, en Caseros, en Rawson, en Devoto: ¡Viva River, carajo!, gritamos siempre que nos despedimos durante aquellos años interminables.

Mi padre murió en el ’89, pero antes tuvimos una revancha. Festejamos juntos la obtención de la Copa Libertadores del ’86: yo había recuperado la libertad tres años antes y él compró las entradas que nos unieron aquella noche en un abrazo interminable en la tribuna San Martín alta, cuando “el búfalo” Funes hizo el gol consagratorio.

Hoy regreso de la cancha con Joaquín y Jorge, mis dos hijos, caminando hacia Barrancas de Belgrano. Vamos tomados por los hombros, tristes, pero no solitarios. Nos acompañamos los tres y juntos afrontamos esta pesadilla. Recordando a mi padre, hacemos el mismo trayecto que cincuenta años atrás yo hacía de su mano.

Ya no hay otro partido. Ya sonó el silbato que no anuncia el fin de la visita, sino la derrota inapelable. Ya estamos en la B. Ya sabemos que ahora iremos a la cancha los sábados y que tendremos que cambiar nuestras rutinas. Ya no habrá más clásicos para palpitar y tendremos que aprender hasta los nombres de nuestros nuevos rivales.

Pero los tres gritamos fuerte para que mi viejo nos escuche donde quiera que esté. Gritamos bien fuerte. ¡Viva River, carajo!

FATALISMO HISTORICO II

Por Ricardo Gotta- Tiempo Argentino

Lloran miles y miles, en las tribunas. Llora el pibe que camina por la calle con la camiseta puesta. Llora mi hijo que no lloró aquella noche de diciembre del ’86, cuando, entonces un bebé, lo tenía su padre en brazos, a la madrugada, gozando por TV a ese equipo que se consagraba hacia el mundo. Lloraré yo en algún rincón, en alguna madrugada, si hiciera falta decantar angustia.

Todas esas lágrimas también tienen su carga de impotencia, porque vienen acumuladas en el tiempo, porque River no descendió ayer sino mucho antes. Porque representan la rebeldía ante la decadencia, la impunidad, la incompetencia, la indecencia que cruzó en su destino cruel a River y que en definitiva, ensalada agria, lo llevó a la B. Impotencia porque ni los que robaron pagarán con la cárcel. Y también porque los que se equivocaron tampoco reconocerán sus errores y porque los buitres ya salieron a sobrevolar para devorarse los jirones que quedan en el club. Todos ellos son culpables. Ellos y otros.

Impotencia porque esto se trata de un fatalismo histórico, como tituló este diario luego del episodio Córdoba: este proceso se pareció patéticamente a los que sufrieron otros,(Racing y San Lorenzo), con una serie de tropiezos consecuentes, con similares errores deportivos, directrices, financieros. Sólo que en River, recién hace pocas horas, parecieron advertirlo.

Impotencia, angustia, rebeldía y lágrimas, sí. Pero no es un velorio como se empeña en hacer parecer ese canal que emite marchas fúnebres con imágenes de una cancha de fútbol. No se trata de otro diciembre de 2000, como torpemente acusó un relator. No es una encrucijada de vida o muerte, sino para los energúmenos (los de la tribuna y los de uniforme azul) que sólo pueden resolver la vida mediante la violencia. Es pasión, sí. Y dolor o alegría, según acabe el resultado, como en la vida.

En esta historia, lo trágico es que River podrá retornar, pero jamás podrá olvidar este hito negativo en su historia. No debe hacerlo, si no quiere repetirlo. La tragedia no es lo terrible sino lo inexorable.

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