domingo, 24 de julio de 2011

NESTOR Y CRISTINA. EL ENCUENTRO Y LA MUERTE




SEGUNDA PARTE DEL LIBRO “LA PRESIDENTA, HISTORIA DE UNA VIDA


CUANDO SE ENCONTRARON, ELLA TENIA 20 Y EL 23. SE CASARON A LOS SEIS MESES.  SE PELEABAN POR TODO. ALGUNAS “FUERON MEMORABLES” RECONOCE CRISTINA.     LOS DIAS CON NESTOR. LOS SILENCIOS Y ESA TELEPATIA QUE EXISTIA ENTRE ELLOS.   “CON MIRARNOS SOLAMENTE NOS ENTENDIAMOS

Cuando se encontraron por primera vez, ella tenía 20 y él 23. Se casaron a los seis meses de haberse conocido, pero eso no me lo dice. Toma un sorbo de la lágrima que le han traído, y habla de él sin que la voz experimente más que un temblor. Y de lo primero que habla es de las peleas. “Teníamos peleas memorables”, dice, y sonríe, como reconfortada por el recuerdo. “Arrancamos así, peleándonos. Discutíamos por todo, por cosas que nos parecían muy importantes y cosas que eran pavadas. Pero nos peleamos siempre, desde el primer hasta el último día.” Las discusiones las terminaba cualquiera de los dos, “el que creía que iba ganando”, aclara.

Cristina se extiende en el tema de las peleas. Creí que se había tratado de un mero comentario, pero a medida que sigue hablando, es obvio que eso es lo que más extraña. Pelearse con Néstor. Esa manera de hacerse compañía. Desarrollaron un arte de la pelea.

–Yo cuando me enojaba no le hablaba –dice usando un tono nuevo, mordaz, de jugadora–. Era lo peor que le podía hacer. No hablarle. Yo sabía que si resistía ganaba, pero me costaba mucho. He llegado a estar un día entero sin hablarle –afirma con la cabeza, como reconociéndose un mérito.

–¿Un día? No es nada –le digo.

–Pero para nosotros un día era una eternidad. No podíamos vivir sin hablarnos. El a veces se ensimismaba, y te dabas cuenta de que estaba enojado por la cara que tenía. ¡Cómo me reventaba esa cara de culo cuando no sabía qué le pasaba! “Qué pasa”, le preguntaba. Y él contestaba “nada”, con mal tono. Podía ser que le hubiera molestado algo de mí o de alguna situación. Pero yo no soportaba que me dijera “nada”.

Se habían acostumbrado a estar juntos todo el tiempo. Cuando Néstor fue intendente de Río Gallegos y durante los doce años que fue gobernador de Santa Cruz, Cristina tenía su despacho al lado del suyo. Incluso cuando era diputada nacional y pasaba los días de semana en la Capital, mantuvo su despacho junto al del gobernador. Pero en aquel tiempo, cuando de lunes a jueves Cristina se instalaba en el departamento de Juncal y Uruguay, comenzaron los llamados.

Repetidos, obsesivos, insistentes. Quienes los conocieron cuando él era intendente y ella jefa de campaña, o cuando él era gobernador y ella secretaria legal y técnica o diputada nacional, o cuando él fue Presidente y ella, además de “primera ciudadana”, senadora, o cuando ella fue Presidenta y él su primer militante, no dejan de mencionar los llamados que se hacían. Eran constantes y a toda hora. Mañana, tarde, noche, madrugada. Por motivos políticos y domésticos.

Cristina hace silencios cortos. Son pausas en la conversación que usa, creo, para ordenar lo que va volviendo a su mente y sus emociones. Ahora que ya ha tosido un poco y ha terminado su lágrima, dice casi admirada:

–Lo impresionante es que yo pensaba en él y el tipo me llamaba. Teníamos momentos telepáticos. Nos llamábamos en el momento y por el mismo tema en que estaba pensando el otro. Y cuando estábamos juntos, a veces ni hablábamos, con mirarnos ya nos entendíamos. Era muy impresionante, sí; la conexión era impresionante.

–Tener un interlocutor como ése es...

–Insustituible. No hay otra palabra. Con el que más me acerco ahora es con mi hijo, pero es totalmente distinto, es otra edad, otras vivencias, tenemos una relación de madre e hijo. Lo mío con Néstor fue increíble


LA MUERTE DE NESTOR

“EL MURIOCONMIGO ACA, EN LA CAMA “ EL NO MURIO EN EL HOSPITAL”  LO SUPO DESPUES PORQUE EL MEDICO QUE ESTUVO ALLI NO SE ANIMABA A DECIRSELO. “ TAMBIEN FUE PORQUE NADIE PODIA ACEPTAR QUE ESTABA MUERTO. YO NO PODIA. TODO LO QUE SE HIZO ESA MAÑANA FUE DESESPERADO”, DICE REPIQUETEANDO LAS UÑAS LARGAS Y NACARADAS EN EL BRAZO DE MADERA DEL SILLON…


–El murió conmigo acá, en la cama –dice, sin que yo le haya preguntado nada al respecto, sin animarme a hacerlo–. El no murió en el hospital. Lo averigüé con el tiempo, atando cabos. Primero no entendí, por cómo se dieron las cosas, por los intentos que hicieron para reanimarlo. Pero después me puse a reconstruir todo, y lo llamé al médico para preguntarle. Y fue así, lo que pasaba era que el médico que estaba acá no se animaba a decírmelo. También fue porque nadie podía aceptar que estaba muerto. Yo no podía. Todo lo que hicimos esa mañana fue desesperado –dice, repiqueteando las uñas largas y nacaradas en el brazo de madera del sillón, después de haber apurado la palabra “muerte”. Pero con una levísima negación de cabeza, el repiqueteo de las uñas, se da coraje, y sigue, ya repuesta.

–Me queda el consuelo de que haya sido acá. No hubiera soportado que muriera en Olivos. El odiaba Olivos. No veía la hora de volver acá. Amaba este lugar. Esto se lo di yo. Lo descubrí y se lo di. Lo hice yo y contra su voluntad. Fueron años de peleas. Me decía: “Dejate de gastar ahí” –se ríe–. Pero después le transmití el amor por este lugar, y no había nada que añorara más que estar acá y dormirse su siestita en el sillón antes de ver el partido.

Y después Cristina, cuando yo creía que, ya rearmada y con la angustia un poco disipada, se iría alejando del tema, se sumergió sola y directamente en la noche del 26 de octubre. Esa noche se pelearon y se rieron como siempre, como en sus mejores noches, y hasta se besaron delante de sus sobrinos, algo que, aunque no lo dice, ella asocia con lo premonitorio.

–Ese último fin de semana fue especialmente cálido, tranquilo. Nosotros no éramos de hacernos demostraciones de afecto en público, delante de la gente. Fijate que yo no me di cuenta. Patricio, el marido de mi sobrina Natalia, fue el que me lo dijo. “Vos lo besaste”, me dijo, y me acordé. Habíamos cenado con ellos dos, con Patricio y Natalia. Salió publicado que habíamos cenado con Lázaro Báez. Nunca en mi vida cené con Lázaro. Esa noche yo estaba escribiendo un tweet para el día siguiente, que era el del Censo. A Néstor le reventaba el Twitter. Me decía: “¿Otra vez con esa boludez?”. Y yo le contestaba: “Dejame de hinchar, si a mí me distrae. ¿Yo te digo algo de tus partidos de fútbol?”. Pero me ganó por cansancio y dejé el tweet para el día siguiente. Y ahí quedó. Esa noche vinieron mis sobrinos y habíamos mirado 6, 7, 8, estábamos allá, mirá –me dice y se para y camina unos pasos. Me acerco. Me señala en el otro extremo del living enorme un sillón de tres cuerpos, mullido, color habano–. Néstor estaba sentado en esa punta y yo en esta otra. Enfrente del sillón está el televisor. El hacía zapping. Y de pronto dejó un canal en el que estaba el gordo D’Elía. Le preguntaban quién le gustaba más como candidato, si Néstor o yo, y el gordo decía que no podía elegir, pero le insistían, y dijo: “Bueno, le voy a dar una respuesta de Néstor: él decía ‘en la facultad yo era un cuatro y Cristina era un diez’”. Nos reíamos los cuatro y Néstor dijo entre dientes: “Gordo traidor”. Me causó tanta gracia, tanta ternura... que me estiré hasta la punta donde estaba él, y le di un beso en la boca. Fue el último beso que le di. Después nos acostamos y pasó lo que pasó.

El legado

–Néstor tenía sentido de trascendencia –dice Cristina–. Eso es lo que a mí me encantaba de él. Porque lo tenía, militaba. Porque lo tenía, siempre se tomó las cosas con esa pasión, sólo porque tenía ese sentido de trascendencia podía creer que veinte personas eran cinco mil. Y eso es lo que logró transmitir. Yo creo que los jóvenes que se han acercado a la militancia lo hacen porque hoy hay algo que trasciende a lo personal, a lo individual. Néstor estaría muy orgulloso de haber dejado como legado la noción trascendente de la política.

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