domingo, 22 de mayo de 2011

DEL BICENTENARIO EN EL 2010 A TECNOPOLIS EN EL 2011

TRES DIAS QUE CAMBIARON EL EL PAIS. LOS FESTEJOS DEL BICENTENARIO FUERON LA GRAN BISAGRA POLITICA Y CULTURAL DEL PROCESO KICHNERISTA TRANSFORMANDOSE EN UN FENOMENO QUE NI SIQUIERA PREVIO EL GOBIERNO DE CRISTINA

OPINION, Por Eduardo Blaustein- Miradas al, Sur     Aunque la remontada política venía de antes, los festejos del Bicentenario fueron la gran bisagra política y cultural del ciclo kirchnerista en un fenómeno de masas que ni el Gobierno había previsto. Las emociones de esos días. Lo que se dijo y publicó. Los recuerdos de la gente de Fuerza Bruta y lo que viene: Tecnópolis.

 En el principio fue Vicente Nario. Mucho antes de que La Nación adelantara alguna información valiosa sobre cómo iba a ser el Bicentenario (la sorpresa estaba muy bien guardada), Jorge Lanata, desde el extinto Crítica de la Argentina, lo había apodado Vicente Nario. Jorge encontró que su chiste era graciosísimo. Lo repitió unas cuantas veces en el diario, en la tapa, en sus propias notas. Con esa destreza que nadie puede negarle para emplear el humor y las técnicas publicitarias, instaló como guiño o marca interna del diario ese chiste –Vicente Nario–, así como había instalado durante el conflicto por la 125 otras dos expresiones: Guerra Gaucha y Paro del Campo. Había instruido, literalmente, a los redactores y editores para usar ambas expresiones, de claro sentido editorial. Con el chiste de Vicente Nario no hacía más que ser fiel a sí mismo. Es una impronta personal que lleva desde siempre, una cierta extrañeza ante lo colectivo (rayana en el desprecio: remember el famoso DNI del boludo), una fuerte sospecha contra todo lo que venga del Estado o –mucho peor– algo que pueda asociarse a patrioterismo. En parte se entiende y muy bien: la suya es una generación marcada a fuego por el perverso patrioterismo del Proceso, capaz de entrar en pánico ante la imagen de Los Chalchaleros vestidos de gauchos.

En el principio, más de un año antes, el 27 de febrero de 2009, en la tapa de Crítica se leía: “En medio de una crisis histórica, el Gobierno asignó 926 millones de pesos en obras para la fiesta del Vicente Nario”. El diario denunciaba que por los gastos se iban a beneficiar “grupos empresarios pingüinos y menemistas”. Nunca se supo más sobre esos beneficios presuntos. Hoy Lanata denuncia a Víctor Hugo por corrupto.
Crítica cerró, tristemente para sus trabajadores, sus lectores y para la pluralidad de voces que implicaba la mera existencia del diario, unas semanas antes de los festejos.

En oposición a esa voz que callaba, un año después puede mirarse al Bicentenario como la inversión de esa aventura liderada por un talentoso individualista. Puede verse como la aparición relativamente impensada de una sociedad vital y diversa en el espacio público, una sociedad a la que se pintaba como rebaño de rehenes aterrorizados por el kirchnerismo. Puede verse como enorme logro cultural de un gobierno que –torpedeado por los medios dominantes– literalmente los puso de rodillas hasta arrancarles la puesta en escena de una Cadena Nacional Reticente.

Fue un fenómeno de masas que nadie había previsto, incluido el Gobierno. Fue la gran bisagra que marcó –desmintiendo una larga, prolija, sistemática construcción cultural– lo que ya venía siendo el ascenso del segundo ciclo kichnerista, y que luego continuó. Fueron también los días en que apareció una Cristina a la vez bailante y coautora en la concepción de los festejos.

Aludimos en Miradas en los días posteriores al “chiste sonriente que hicimos en masa: guau, qué perturbadora crispación, qué tremenda violencia asuela a la Argentina, cuanta catástrofe, pesimismo, qué tremendos temores nos paralizan”. Sobre la construcción previa del clima que presuntamente vivía la Argentina, alcanza y sobra con echarle una mirada a lo que decían los diarios días antes del Bicentenario. Vueltos a leer a la distancia, esos materiales que publicamos en este informe (ver Esclavos de sus palabras ), según cómo, asombran, otras irritan, aunque también arrancan alguna sonrisa.
Así como existía la mitología previa de la crispación, reconvertida luego en Crispasión, hoy los mismos medios, más algunos políticos y muy pocos encuestadores, quieren instalar el mito de que la alta imagen positiva de la Presidente y su intención de voto obedecen todavía al “efecto duelo”. Se habla de un modo entre miserable y condescendiente de ese duelo, ya sea condoliéndose falsamente de Cristina o diciendo “y bueno, es una viuda. La gente es un poco ilusa con el dolor de las viudas. Las viudas dan lástima”.

Sin embargo, hasta Joaquín Morales Solá ya había reconocido a regañadientes en mayo del año pasado que existía una recuperación en las encuestas del kichnerismo, la misma que Perfil atribuía al célebre “efecto carótida”. Escribió el columnista: “Es cierto que los Kirchner y su gobierno subieron un poco en la consideración pública (pero) todo lo que se dijo en tiempos recientes sobre el crecimiento kirchnerista fueron sólo palabras cargadas de abalorios. Tal como están las cosas hoy, los Kirchner se irán del poder en diciembre de 2011. Eso es lo que indican la política y la encuestología”.
Lo seguro es que a casi siete meses de la muerte de Kirchner el todavía denominado “efecto duelo” es una falacia. A principios de 2009 los diarios del establishment se solazaban publicando cifras, reales, que decían que la imagen positiva de la Presidente apenas pasaba del 23 por ciento. Lo mismo medía Poliarquía en agosto de ese año. Ya en noviembre, Ceop sostuvo que la imagen positiva se ubicaba mucho más arriba. Y en febrero de 2010 Perfil publicaba su primera nota sobre el “efecto carótida”. Durante meses, a lo largo del 2010, la tesis fue que jamás el kichnerismo pasaría de un piso del 20 o 25 por ciento conformado por fanáticos. Llegó el Bicentenario y la gran batalla dada por la derecha fue la de oponer el “Bicentenario de la gente” contra el presunto intento de apropiación del oficialismo, pese a que de Cristina para abajo todos tuvieron la elegante perspicacia de evitar esa tentación. Tras la muerte de Néstor Kichner, con pésimo gusto no sólo se habló de efecto duelo sino de efecto funeral . Un año después del Bicentenario, sigue proyectándose sin embargo la alegría de aquellos días, cuando la gente, tomándose fotos en la calle, sonreía diciendo:
–No digas whisky, decí Cris.
 
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