miércoles, 20 de abril de 2011

Repercusiones en torno a la presencia del nobel en el pais


REPERCUSIONES EN TORNO A LA PRESENCIA DEL PREMIO NOBEL EN EL PAIS



OPINION SOBRE LA FIGURA DEL ESCRITOR PERUANO

¡AY, PATRIA QUEJOSA, DAME UN PRESIDENTE COMO VARGAS LLOSA ¡



A mediados de los ’80, cuando el alfonsinismo todavía era una topadora política con fuerte respaldo social, el peronismo en el llano y la CGT acuñaron la letanía “¡Ay, Patria querida, dame un presidente como Alan García!” para cuestionar el pago de los intereses de la deuda externa, esa herencia de la dictadura que atenazaba la autonomía económica nacional. En aquel tiempo, el presidente del Perú había declarado una moratoria desafiando a todos los organismos multilaterales de crédito, que lo mandaban a tratar en la prensa tradicional con la misma inquina e irrespeto con la que hoy tratan a Hugo Chávez Frías. Para los peronistas de entonces, aquel García era un modelo de rebeldía a seguir.. Por Roberto Caballero. Director de Tiempo Argentino

Ya en el siglo XXI, el líder del APRA se recicló en disciplinado alumno del FMI, pero esa es otra historia que los propios peruanos están tratando de corregir eligiendo entre Humala y Keiko Fujimori, que representan “el sida” o “el cáncer” en la peculiar visión del premio Nobel de Literatura y cuadro ultraliberal –las dos cosas son ciertas, una no anula a la otra– Mario Vargas Llosa, afecto en su madurez a las metáforas fuertes, como todo aquel que se siente más allá del Bien y del Mal.
La anécdota ochentosa viene a cuento porque hoy Vargas Llosa encarna el deseo de la Argentina neoliberal que no sabe y no puede recuperar el protagonismo perdido, atravesando en su derrotero el mismo desierto de impotencias y desorientaciones que el peronismo huérfano de poder intentó conjurar en los años del alfonsinismo aferrándose, precisamente, a Alan García y sus desplantes al Imperio financiero.
Mauricio Macri, Eduardo Duhalde, Francisco de Narváez, por citar sólo algunos referentes políticos del dispositivo conservador; y Clarín y La Nación, los dos diarios que amplifican los anhelos del poder concentrado (sobre todo, el de Techint, que hoy desafía al Estado democrático) en el discurso público, acuden a la figura y a la palabra del escritor peruano –indiscutido miembro de la Sociedad Mont Pelerin, el think thank neoliberal fundado por Von Hayek–, para expresar lo mucho que les desagrada el rumbo “populista” que la región y el país tomaron en los últimos años, donde todos los índices sociales han mejorado con más Estado y menos Consenso de Washington, pero que a ellos les resulta intolerable, indigerible, insufrible y, para mayor dolor de cabeza aún, imbatible en las urnas, según revelan las encuestas.
Vargas Llosa, cuya descomunal obra literaria sólo puede ser puesta en duda por alguien que no leyó sus libros, debería replantearse seriamente las razones profundas del cortejo pegajoso del macrismo, de Techint en la Fundación Proa y de la derecha que quiere que el ex Midachi Miguel del Sel sea gobernador de Santa Fe. A nadie con su talento puede escapársele que si los dos diarios hegemónicos de mayor tiraje en la Argentina le brindan sus páginas a destajo para que se despache a gusto contra una supuesta censura kirchnerista es porque, en los hechos, esta censura no existe, lisa y llanamente. De allí al ridículo hay sólo un paso y es la derecha local la que lo invita a darlo, pensando en el aquí y ahora, en su obra de demolición con fecha de vencimiento en octubre, tendiéndole una trampa a la que el genio parece asistir ingenuamente gustoso, y que lo pone varios escalones por debajo de su legendaria sensibilidad, tanto humana como creativa.
Puede afirmarse que, en el caso Vargas Llosa, las virtudes en el terreno literario no se trasladan de modo automático al territorio de la política, sin que eso merezca el reproche de talibán o ultranosequé. Es entendible que sus ideas, aunque siempre respetables, no impliquen adhesión voluntaria mayoritaria en un país como el nuestro, donde su aplicación en los ’90 dejó un saldo social nefasto. Pero el ejercicio de la libertad incluye el derecho a equivocarse cuándo, dónde y las veces que uno quiera, y es hasta admirable la vocación –sincera, quién puede ponerlo en duda– por el error que lo anima.
Lo llamativo, cuando no gracioso, es la actitud fanática, casi de groupies rockeras, de los políticos y empresarios sin biblioteca ni vocación por la gramática de primaria, que de la noche a la mañana lo convirtieron en una suerte de subcomandante Marcos que viene a redimirnos de la opresión de la dictadura K y sus hordas camporistas. Son los mismos que no pueden resolver una interna partidaria porque la democracia de verdad los asusta, los que intentan convertir al Parlamento en escribanía de los grupos monopólicos, los que hablan de “pluralidad” para defender el pensamiento único que congela el statu quo, los que dicen defender los Derechos Humanos “de antes y ahora” porque no se animan a pedir amnistía para los represores, los que llaman “burocracia sindical” a cualquier intento de organización gremial de los trabajadores, en definitiva, los mismos que critican al “populismo” para oponerse de modo elegante a la distribución de la riqueza.
Son los que quieren pero ya no pueden, porque la sociedad alcanzó un piso del que no quiere bajarse.
Los que se quejan porque ni siquiera tienen un candidato que los represente, y cuando detectan complicidad, se llevan las dos manos al pecho, y entre mocos y suspiros entrecortados, recitan de menor a mayor: ¡Ay, Patria quejosa, dame un presidente como Vargas Llosa!”
Así están, llenándose la boca de la palabra “libertad” mientras cumplen la peor de las condenas: la Historia les está dando la espalda. <

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